Texto1
La numerología bíblica está basada en el simbolismo espiritual de los números. En el alfabeto hebreo de 22 letras, a cada una le corresponde un determinado número que tiene un cierto significado y valor. Muchos números de la Biblia contienen misteriosos y fascinantes significados simbólicos; por ejemplo, el “setenta veces siete” del Evangelio o “el número de la Bestia” -el 666- y los 144.000 salvados del libro del Apocalipsis.
Para la Biblia, las letras unidas a los números constituyen un lenguaje creador. En la primera página del libro del Génesis -con el cual comienza toda la Escritura- se afirma que la Palabra dijo e hizo todo de la nada. La Creación aparece en una gran concepción lúdica y estética: la Palabra es dinámica, vital, concreta, operadora y eficaz. No promete sino que realiza aquello que designa. Cuando pronuncia, crea el ser de todas las cosas. Todo el universo es una “palabra”.
Para algunas corrientes de interpretación bíblica, todo ser creado es una palabra y -a la vez- un número que guarda algún secreto de Dios. De las diversas combinaciones que pueden darse entre letras y números surgen las posibilidades de la Creación y las variaciones en la sinfonía del mundo. Incluso afirman que el Nombre sagrado y misterioso de Dios está formado por todas las letras que componen el alfabeto y que éste, por tanto, tiene múltiples formas de revelarse; por eso Dios es un misterio infinito cuyo Nombre resulta indecible e inefable. Nadie puede pronunciarlo, ni conocerlo. Todas las expresiones que se usan para designar a Dios son “metáforas”, circunloquios para evitar nombrarlo directamente.
Además los números bíblicos tienen vida propia. No son sólo entidades de naturaleza lógica y formalmente matemática, tal como nosotros -en la actualidad- los consideramos. Para la cultura antigua y oriental de la Biblia, tan lejana a nuestra actual visión occidental y pragmática, los números conformaban realidades y símbolos que expresaban la naturaleza de las cosas en su propia esencia, descubriendo tanto su realidad espiritual como su realidad física simultáneamente. El enigma de los números propiciaba una experiencia, un método y una herramienta para el acceso a la esencia de las cosas ya que la realidad no es solamente lo que aparece.
El número “descifra” –precisamente porque es un número, es una “cifra”- descifra (decíamos) el secreto de las cosas, su “alma” escondida y oculta. Conocer los números es captar el dinamismo de la realidad y sus leyes invisibles. Así, de la misma manera en que las leyes físicas básicas -tales como la gravedad y el magnetismo- existen independientemente de nuestra conciencia y voluntad, las leyes espirituales que rigen el universo, influyen y están simbolizadas en los números. El conocimiento espiritual y sapiencial de estos números permite vivir en armonía con estas leyes.
Cada letra del alfabeto hebreo -como elemento creador- tiene asignado un número, lo que le confiere variados significados. Ya que en el idioma hebreo no hay vocales, de la lectura de una palabra se pueden obtener diversos significados simbólicos posibles e incluso armar una considerable cantidad de palabras ocultas. Se realizan cálculos numéricos -obtenidos a partir de las letras- arribando así a posibles significaciones.
¡Cuánta magia y belleza que tenían estas concepciones!; ¿qué nos habrá pasado para que hayamos cambiado nuestro candor e inocencia para contemplar lo que nos rodea?; ¿no será acaso que tenemos que aprender a mirar?...
Texto 2
En la Biblia, cada número tiene un sentido propio y –a la vez- otro derivado, simbólico o alegórico. El desarrollo del simbolismo de las letras y de los números del alfabeto hebraico luego se unió a las figuras geométricas. Con la combinación de estos elementos diferentes hay quienes sostienen que se pueden descifrar las leyes esenciales que rigen las cosas. El universo es un alfabeto divino. Hay que aprender a descifrar ese idioma desde el cual Dios también nos habla.
Los números son conceptos humanos elevados, complejos y elaborados. En el año 530 antes de Cristo, el filósofo Pitágoras desarrolló una teoría de la relación entre los planetas. Sostuvo que cada uno de ellos tenía una particular “vibración numérica”. Los números contenían la “vibración secreta” de las cosas que denominó “la música de las esferas”. Mediante su método también descubrió que las palabras poseían un sonido que vibraba en consonancia con la frecuencia de los números. Manifestó así la armonía del universo, las leyes de la naturaleza y la matemática en relación a la música. Todo estaba perfectamente unido en el cosmos, el cual es “música”, matemática encarnada en los sonidos.
Hoy la numerología bíblica es utilizada –a veces con bastante poca seriedad- por el auge de algunas modas que intentan el resurgimiento de una corriente mística y filosófica de la antigua tradición judía llamada “Cábala” o “Kabalá” (del hebreo קבלה kabalah, “recibir”)..
El siglo XXI no es como el siglo XX que se caracterizó por el “eclipse y el ocultamiento cultural de Dios”. Un tiempo marcado por el ateísmo, el agnosticismo, el escepticismo y el indiferentismo religioso. El siglo XXI cree en todo. No tiene problema en fusionar diversas tradiciones espirituales y convivir como si fueran una misma y única fe. Esto se llama “sincretismo”. Se termina creyendo en todo de manera un tanto supersticiosa. Actualmente algunos aspectos de la Biblia generan mucho interés pero no necesariamente desde una fe madura y coherente sino desde la curiosidad. El siglo XXI es un siglo que busca su propia interioridad y -a veces- no sabe dónde encontrarla. Hay pocos maestros que nos guíen en esto.
El filósofo y matemático de la Antigüedad llamado Pitágoras decía que “el mundo está construido sobre el poder de los números”. Desde siempre, el ser humano ha explorado los diversos caminos del arte, la ciencia y el espíritu, en su intento por descubrir la verdad sobre sí mismo. Existieron en la historia varias corrientes de pensamiento y religiones que se dedicaron al estudio del simbolismo numérico. No sólo estaba la tradición judía; también los caldeos -que tuvieron sus orígenes en la civilización babilónica- los chinos, los griegos y los árabes. Hay distintas numerologías que parten de los principales y más antiguos alfabetos como el sánscrito, fundamento de la numerología tántrica, el griego en el que se basa la numerología pitagórica y el alfabeto judío en el que se sustenta la numerología de la Biblia y de la tradición espiritual llamada “cábala”.
Los hindúes -de quienes Pitágoras recibió el conocimiento matemático- relacionaban los números con lo sagrado y divino. Quien se dedicaba a ellos se consagraba a una ciencia divina. También los hebreos tenían este profundo significado. En el mundo antiguo, casi todo era sagrado. Casi nada había profano. Todo se relacionaba con la divinidad o con la pluralidad de las divinidades. Hoy, nuestro mundo, está tan desacralizado que -para nosotros- los números son meramente cifras que posibilitan cálculos, índices, porcentajes y operaciones matemáticas. Los hemos despojado de misterio. Es una pena que para nosotros, los números sean sólo números. Eso refleja, además, una mirada que tenemos sobre todas las cosas. Con el avance de la técnica y la ciencia, el mundo tiene cada vez menos secretos o –al menos- creemos eso. El mundo sigue siendo tan fascinante y misterioso cada antes. Lo que ha cambiado es nuestra mirada.
¿Vos cómo ves el mundo?; ¿cómo ves tu mundo?, ¿conservás aún una mirada de asombro y estupor en el milagro de la vida y del mundo que se abren ante tu ojos?; ¿cuál es tu norte y tu sur, mientras gira este mundo entre la luz y sombra?
Texto 3
Los números están en todas las cosas. Tienen un alcance doméstico, cotidiano y universal. Conforman la materia, la sustancia y el inicio del movimiento de la naturaleza: la raíz y el principio de toda la Creación. Están escondidos en todos los seres: en las fechas, en las edades, en las medidas, en los gastos, en el paso del tiempo y en las cronologías de la historia. Incluso se encuentran en el cielo, en el universo, en la astronomía y en las ciencias. También se hallan en la pintura, la arquitectura y la escultura ya que requieren cálculos y perspectivas. Están en la música: los compases, acordes y ritmos son números. Hasta la fe tiene relación con los números: el Dios Trino es uno y tres; Jesucristo es una persona divina con dos naturalezas, la divina y la humana; recordemos además los 10 mandamientos, los 7 sacramentos, los 7 pecados capitales, los 7 dones del Espíritu Santo, los 5 preceptos de la Iglesia, las 4 virtudes cardinales, las 3 virtudes teologales, las 3 edades de la vida interior, etc.
También hoy las ciencias afirman una visión integral y totalizante, una perspectiva “holística” en donde el número manifiesta la importante relación de la parte con el todo, buscando una profunda armonía y equilibrio. Incluso algunos afirman que cada número tiene su propia “personalidad”, su forma y figura geométrica: el 3 es el triángulo, el 4 es el cuadrado, el 5 es el pentágono, el 6 es el hexágono y así sucesivamente. Las figuras son relaciones y proporciones. La perspectiva es medida y la forma es figura. Todo incluye el número y la matemática.
La relación con los números se verifica incluso en la vida interior. Esta cuestión es tan antigua como el nacimiento del conocimiento humano. Desde el comienzo, en diferentes culturas, se estableció una relación mística entre los números, los seres vivos, las fuerzas físicas y espirituales. De hecho, la numerología hoy se considera una disciplina o un arte. En la Antigüedad era una ciencia ya que se daba un valor cualitativo a los números y se asociaban a la idea de un mundo celeste que tenía su correspondencia en esta tierra. Los números y sus combinaciones –con su posibilidad de infinitas variaciones- eran espejos que reflejaban las imágenes de las cosas.
No existían unos números que fueran mejores que otros. Todos resultaban necesarios. Se sostenía que los números y sus relaciones proyectadas en el tiempo, en el espacio o en los movimientos, creaban consonancia, orden, adaptación, concordia, acorde, armonía y belleza.
Los números impares eran el principio de la identidad, la indivisibilidad, la simplicidad, la igualdad, la constancia, la totalidad y el elemento masculino. Los números pares, en cambio, eran la dualidad, la multiplicidad, la divisibilidad, la composición, la variedad, la fluidez, la ligereza y el elemento femenino. La belleza de los números y su estética matemática surgían de las infinitas combinaciones posibles entre la estabilidad y el movimiento, lo igual y lo desigual, lo uno y lo múltiple, lo par y lo impar, lo masculino y lo femenino.
En el universo creado, todo es naturalmente proporcionado. El mundo es una admirable sinfonía, contiene una belleza polifónica. Todo ser posee música en su interior y esto –para los Antiguos- no era simplemente una metáfora. La justa proporción que existe en la esencia y estructura de los números es lo que permite las leyes fundamentales de la música.
Hay que escuchar el concierto de las cosas. Todo es un inmenso cántico y cada creatura contiene -en su silencio- el sonido que identifica su secreta armonía. La belleza del mundo –como un espejo- refleja nuestra imagen: traduce y prolonga las proporciones del cuerpo y del espíritu humano. Los miembros y sus movimientos armonizan con el ritmo de la danza. En la naturaleza, todo tiene color, ritmo, cadencia y vibración. En el ser humano hay un acento y un compás en la voz, la respiración, los latidos del corazón, el pulso, el torrente sanguíneo, las emociones y los sentimientos. Todo se mueve. El ser humano es “la música y la danza del mundo”. Hay quienes afirman que en el universo exterior, los cuerpos siderales que orbitan a través del espacio con masas, velocidades y distancias que se traducen en relaciones numéricas, generan sonidos que -al unísono o en sucesión- producen particulares melodías generando así una especie de “música cósmica”.
También la poesía tiene una música interna en las palabras y en la métrica. La poesía es melodía sin música. En ella hay palabras y silencios, matices e intensidades. Todo tiene su modulación, su canto, su danza, su poesía. Todo elemento del mundo visible e invisible guarda el secreto de su propia música.
La armonía, la proporción, el movimiento, la figura: todo es una combinación perfecta de esa música que rige el espacio y el tiempo, el universo y el ser humano. Dios también es música y belleza. En su interior posee una Palabra con sonoridad eterna y un silencio lleno de infinitos ecos, una sublime e inigualable música infinita.
En definitiva, detrás de toda belleza resplandece el mundo inmaterial de los números. Ellos abarcan todas las cosas y confieren una música callada, un eco sonoro y un ritmo interior. En ese mundo habita la serena belleza de Dios, la cual se refleja y comunica en la música del mundo y del tiempo, una vasta sinfonía cuyas líneas armonizan -en cada instante- con un orden admirable que todo lo abarca.
Los números también están presentes en nuestra existencia singular. No se encuentran ni en exceso, ni en defecto. Están en su justa medida y en un número exacto y -a la vez- limitado de tiempo. Sólo Dios se reserva el “Número infinito”. Los demás seres tenemos un número finito de tiempo. Nuestro tiempo y el curso de su vida poseen la cuerda de un “número” limitado. El día de neutro nacimiento tiene el número de una fecha determinada. El día de nuestra muerte igualmente lo tendrá. Como dice el Salmo: “Tú, Señor, conoces hasta el fondo de mi alma. Nada de mi ser se te oculta cuando yo era formado en lo secreto y tejido en lo profundo de la tierra. Tus ojos veían mis acciones, todas ellas estaban en tu Libro. Mis días estaban escritos y señalados, antes de que llegara el primero” (Sal 139, 14-16).
Si todo en este universo es música y danza, incluso el tiempo y la vida: ¿cuál será la música que se oye en lo escondido de tu alma, la que se escucha en los ecos de tu historia?; ¿y si nos ponemos a bailar aún en medio de las ruinas y las cenizas?; ¿sobre los vestigios del tiempo y de las fechas?; ¿y si danzamos sobre el horizonte sin que nadie nos vea?...
Texto 4
Para la Biblia -y para muchas culturas antiguas- el número no era sólo una cifra o un guarismo solitario sino una poderosa expresión del cosmos, una revelación finita de lo infinito de Dios. En el Antiguo Testamento se afirma que Dios ha “dispuesto todo con medida, número y peso” (Sb 11,20). Es así que cada número tiene un simbolismo universal. Por ejemplo, el número cero representa lo que no es pero puede ser, o lo que ya ha sido. Puesto a la izquierda de cualquier número lo reduce, puesto a la derecha lo aumenta. Por lo tanto, puede ser todo o nada. Lo que aún no es con la posibilidad de poder serlo todo. Su forma más abstracta es la negación. Cuando es nada, manifiesta lo indeterminado, lo inexistente. Al ser previo a todo número, alude a la eternidad, la cual es anterior a la sucesión y al tiempo. El 0 es potencialidad. Está representado por el círculo, figura autocontenida e infinita que carece de principio y fin.
En la debilidad del cero reside toda su fuerza. A veces pierde todo lo que lleva encima. Es desnudez que renuncia, lo entrega todo para jerarquizar a los otros números. Sólo no vale nada, se encuentra despegado de sí mismo. Su permanencia está en su fugacidad. Es tan liviano que puede ser el disfraz de la nada. Es límite y también posibilidad. Su fuerza radica en que dibuja la huella digital del infinito, la redondez perfecta de la eternidad. Es el estado inocente y virginal de todas las cosas: espacio cero, tiempo cero, conciencia cero, hora cerco. Hay un cero en las entrañas de todas las cosas. El cero es fantasma e inmensidad, vacío y plenitud a la vez.
El número 1 es la determinación, la voluntad y el comienzo de las cosas. Es el número del líder, del precursor, de la invención. Es fuerte y dominador. Representa la unidad y lo indivisible. Al no admitir partes simboliza la forma más sencilla de existencia y –a la vez- sumado a otros, aumenta el resto. El 1 es autosuficiente, tanto si se multiplica como si se divide por él mismo queda siempre 1. Esto no ocurre con ningún otro número. Se lo representa por el punto porque tampoco éste admite partes.
El número 2 es el principio de la dualidad y la diversidad. El 1 representa lo masculino. El 2 lo femenino. También es el lado oscuro y ambiguo en el dualismo de todo ser. La Biblia al narrar la Creación, al final de cada día, dice que “Dios vio que todo era bueno”, frase omitida en uno sólo de los 6 días, precisamente el segundo. El 2 se desempeña como árbitro y juez ya que contempla los dos lados de las cosas. Está relacionado con la intuición, ve lo positivo y lo negativo, lo manifiesto y lo oculto, el consciente y el inconsciente. A partir de él comienza la sucesión –ya sea multiplicando o dividiendo- por lo cual simboliza el paso del tiempo y es representado por una línea que tiene principio y fin, es decir una dirección, un pasado y un futuro.
El número 3 es el de la creación, ya que es el resultado de la suma del 2 + 1, es decir, del principio femenino del 2 sumado al principio masculino del 1. Aquí hay un simbolismo sexual ya que del elemento masculino 1 y del elemento femenino 2, surge un tercero. Este número otorga actividad a la pasividad y receptividad del 2 y del 1 que -aunque sea potencialmente creativo- por si sólo es estéril. El 3 concede energía a los números a los que se asocia, proporcionando una cierta inestabilidad ya que es el resultado de la suma de la actividad del 1, con la pasividad del 2. Es el número de la generación y la fecundidad. Está representado por el triángulo.
El número 3 aparece abundantemente en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, tres veces los serafines claman “Santo, Santo, Santo” (Cf. Is 6,3); también así lo hacen los cuatro seres frente al trono de Dios en el libro del Apocalipsis (Cf. 4,8). Tres veces es dada la bendición divina en el libro de los Números (Cf. 6,23-26). En estas bendiciones, el nombre del Señor aparece tres veces. El Arca de Noé tenía 3 pisos. Son tres los hijos de Noé (Cf. Gn 6,10); tres los amigos de Job (Cf. Jb 2,11); tres los invitados de Abrahám (Cf. Gn 18,2); tres los amigos del profeta Daniel (Cf. Dn 3,23) y 3 las veces que Dios llamó al profeta Samuel (Cf. 1 Sm 3,8).
En el Nuevo Testamento, el tres es llamado “número divino” por ser mencionado con frecuencia en relación con las cosas santas: “el Espíritu, el agua y la sangre” dice la Carta de San Juan (Cf. 1 Jn 5,18). El ser humano está conformado por espíritu, cuerpo y alma según el Apóstol San Pablo (Cf. 1 Ts 5,23). También están las tres oraciones que el mismo Apóstol hizo pidiendo que le sea sacado el aguijón de la carne que lo perturbaba (Cf. 2 Co 12,8). Son tres las virtudes: fe, esperanza y caridad. Las tentaciones de Jesús en el desierto fueron tres (Cf. Lc 4,3-10) y el Señor repitió por tres veces las palabras “está escrito” aludiendo a la Palabra de Dios para ahuyentar al Maligno. Jesús fue crucificado en la hora tercera y hubo tres horas de tinieblas cuando Él estaba en la Cruz. Son tres las negaciones de Pedro y 3 las preguntas del Señor Resucitado al mismo Apóstol.
El tres es considerado el símbolo de la “perfección divina” debido a la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo); así como también “el tercer día según las Escrituras” de la muerte y resurrección del Señor: “como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mt 12,40). En el Evangelio de Juan, dijo Jesús a los judíos: “destruyan este templo y en tres días lo levantaré” (Cf. 2, 19). El Señor resucitó a tres personas cuando estuvo en la tierra. A su amigo Lázaro, al hijo único de una viuda y a una muchacha. En el Antiguo Testamento, hay también tres casos de resucitados (Cf. 1 Re 17,9-24; 2 Re 4,18-35; 2 Re 13,21). En toda la Biblia hay un total de seis personas resucitadas. Las seis que resucitaron -sin embargo- murieron nuevamente. El séptimo resucitado fue el propio Señor Jesús. Él jamás murió de nuevo. Jesús resucitó el tercer día y se apareció por 3 veces a los Apóstoles
También hay que recordar los tres días por el desierto del pueblo de Israel antes de atravesar el Mar Rojo. Estos tres días transcurrieron inmediatamente después del sacrificio y de la comida del Cordero Pascual. (Cf. Ex 14, 27). Tres días después de la Pascua, los israelitas atravesaron el mar (Cf. 1 Co 5,7). En la nueva Jerusalén en el libro del Apocalipsis, la muralla que rodea la ciudad tiene 3 puertas en cada costado. Por ser el número de la Trinidad y el número de la resurrección, el 3 es el número de la total manifestación de los más grandes misterios de Dios y de Jesús.
¿Cuál es tu número preferido?; ¿qué fecha tenés siempre en tu memoria?; ¿qué época recordás como más feliz?; ¿qué tiempo recordás como el más doloroso?, ¿qué número tiene el temor?, ¿y cuál es la cifra encerrada en la suerte y en la bendición?, ¿qué es lo que destraba los sueños para poder vivir sin miedos?
Texto 5
Prosiguiendo con la numerología bíblica, el número 4 es la firmeza, el trabajo, la rutina, la disciplina que restringe la creatividad y la fecundidad del 3. Este número implica un primer regreso a la unidad. Si sumamos 1 + 2 + 3 + 4 es igual a 10. Si colocamos el 0 a la izquierda, se vuelve a la reducción original de donde comenzó la serie. El 4 está representado por la cruz (los 4 puntos cardinales en sentido espacial), las 4 estaciones en sentido temporal y por el cubo o tetraedro que representa la solidez, el inmovilismo, la estabilidad y la practicidad.
El número 5 representa la libertad del ser humano y al estar a medio camino entre el 1 y el 10 -en el centro de la serie- es versátil y cambiante. Tiene relación con el resto de los números al encontrarse en el medio. Rompe la rutina y el método del número 4. Alude a los 5 sentidos. En la escala humana representa los 4 miembros del cuerpo más la cabeza que los controla, o los 4 dedos de la mano más el pulgar que los hace funcionales. Se representa por el pentágono o el pentagrama. Es la unión del Macrocosmos con el Microcosmos, lo humano con lo divino. Los cuatro elementos, más el éter que los cohesiona, el quinto elemento que anima a los otros cuatro.
El número 6 es el orden, la codificación, el derecho y la justicia ya que busca siempre el equilibrio la belleza, la armonía y la perfección. Es uno de los números perfectos porque descompuesto en sus múltiplos y sumado 1 + 2 + 3 da por resultado 6. Su equilibrio se demuestra en que se puede obtener sumando seis veces 1, tres veces 2 o dos veces 3. De lo que se deduce que el número 6 es un número armónico y estable. Se lo representa por la unión de los cuatro elementos -fuego, aire, agua y tierra- o por la estrella de David formada por dos triángulos superpuestos que diseñan una figura con 6 vértices. Es el número que indica el orden que resulta de la perfecta fusión de los elementos de la naturaleza.
El número 7 cuyo nombre proviene -en hebreo- de la palabra que significa “completo o lleno”. De allí que simbolice “la perfección o plenitud”. Son 7 los días de la creación, las 7 plagas Egipto, los 7 pecados capitales, los 7 dones del Espíritu Santo, los 7 días de la semana que tiene el ciclo lunar, las 7 notas musicales, los 7 colores, etc. Es el número de la segunda vuelta a la unidad -después de la vuelta que propicia el 4- ya que sumando 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 da por resultado 28, el cual -si se suman los dos dígitos (2 + 8) da por resultado 10, el cual -poniendo el cero delante- solo tiene valor el 1. Si en el número 4 teníamos la simplificación a la unidad -con las características de un numero sólido y material- en este caso tenemos la reducción a la unidad espiritual y material a la vez. Es el número que representa al ser humano en su unidad física y espiritual. Este número da paso a otros 2 que son el 8 y el 9 que nos hablan de materia sublimada, el 8 como poder material y el 9 como poder espiritual.
Al no surgir de la multiplicación de otros números, al 7 se lo vincula con una tendencia al aislamiento y la introspección. Aparece como suma del orden espiritual 3 y del orden material 4 y se lo representa con el triángulo -imagen de lo espiritual- apoyado sobre el cuadrado, imagen de lo corporal. El número 7 -en el libro del Génesis- aparece cuando Caín mata a su hermano. Dios señala que quien mate a Caín será castigado 7 veces. Lamec, descendiente de Caín, dijo que si Dios condenó al que matara a Caín con una venganza del valor de 7 veces, a él –Lamec- tendría que vengarlo 77 veces. Dice la Biblia que murió a los 777 años. En el mismo libro, durante el diluvio, Noé esperó 7 días antes de salir de la Barca. En el Nuevo Testamento, Galilea tiene siete letras; después de la resurrección Jesús se aparece por tres veces a 7 discípulos. El mismo dice que hay que perdonar setenta veces siete. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se escogen a 7 ayudantes como colabores de los Apóstoles. El número 7, por lo tanto, es el de una medida colmada, una cantidad total y plena en sí misma.
¿A vos qué número no te gusta y no te resulta simpático?, ¿por qué?; ¿te has dado cuenta que todo es un puñado de cantidades y números en medio de la agitación de este vertiginoso tiempo?; ¿y si paramos y nos detenemos un poco?...
Texto 6
Prosiguiendo con las características de los números bíblicos, el número 8 se divide en dos partes iguales (4 + 4) que -a su vez- se dividen en otros dos números iguales (2 + 2) los cuales también se dividen en dos números iguales (1 + 1), de ahí que indique exactitud, equidad, justicia y equilibrio. Al ser el 8 un 4 duplicado resulta un número de poder material. Por su forma hecha con dos círculos superpuestos, representa el movimiento en espiral, continuo flujo y reflujo, simbolizando la ley de causa y efecto. El ocho tumbado es el símbolo matemático del infinito. El ocho representado por un octógono, simboliza la figura intermedia entre el cuadrado (orden terrestre) y el círculo (orden celeste). Es también símbolo de regeneración.
El número 9 marca el final de una etapa de desarrollo y el comienzo de otra, simbolizado por el paso de las unidades a las decenas. El número 1 abre la serie de los dígitos simples; el 9, la cierra siendo extremos opuestos. El 1 representa individualidad, el 9 universalidad, además cierra el ciclo iniciado en el 1. El 9 es un número de poder espiritual. Contiene la sabiduría del resto de los números de la serie simple.
Al final del Evangelio de Juan, Jesús resucitado se aparece a los Apóstoles en la playa y cómo no habían pescado nada, les dice que tiren las redes por la derecha y las llenaron de grandes pescados, en total 153. Es el único milagro que queda consignado en el Evangelio realizado por el Resucitado. Si sumamos 1 + 5 + 3 es igual a 9. Los 144.000 escogidos del libro del Apocalipsis de cada una de las 12 tribus de Israel, si tomamos el número 144 y sumamos 1 + 4 + 4 es igual a 9. En el mismo libro, cuando la mujer que da a luz un hijo varón que gobernará a todas las naciones, es trasladada al desierto para estar a salvo de la asechanza de la Antigua Serpiente llamada Satanás. En el desierto es alimentada por 1260 días. Si sumamos los dígitos de esta cifra 1 + 2 + 6 + 0 es igual a 9.
Hasta aquí la serie de números del 1 al 10 que expresa la suma de todas las cosas en el mundo material. El 11 -al ser el inicio de una serie más alta de números- simboliza conocimientos y realizaciones en un plano superior. Si el 1 es el número de Dios, añadido 10 -el número del mundo- el 11 es el conocimiento de Dios y de las cosas superiores. Constituye una sabiduría espiritual profunda.
El número 12 es el que rige el gobierno de las cosas humanas o naturales. Son 12 las tribus de Israel en el Antiguo Testamento, 12 los Apóstoles de Jesús, 12 los meses que rigen un año, 12 horas rigen el día y la noche, etc. El número 13 en la Biblia es el número del presagio malo, rebelión, pecado, decadencia y apostasía.
Otro número importante en la tradición bíblica es el 22 ya 22 son las letras del alfabeto hebreo y si Dios hizo todo con su Palabra, lo hizo todo –según la mentalidad judía- con 22 letras que conforman todas las palabras que existen. Por lo cual, todo lo que existe ha nacido de la combinación de esas 22 letras. Dios lo creó todo con 22 letras y 22 nombres, nombres que contienen el misterio de todas las cosas. El 22 es el secreto de toda la Creación.
Otro número importante es el 100, signo de realización de cosas imposibles (Cf. Gn 17,17; 21, 8); de bendición (Cf. Gn 26,12; 2 Sm 24, 3; 2 Re 4,42; Mt 13, 8-23) y ofrenda (2 Cro 4,8; 29, 32; Es 2,69); organización y liderazgo (Cf. Ex 18, 21.25; Dt 1,15¸ Jc 7,19; 2 Co 25, 5-6; Mc 6, 40); conquista y reto (Cf. Lv 26,8); recompensa (Cf. Mt 19,29) y plenitud (Cf. 2,6).
Otro número significativo es el 1000. En la Antigüedad solía ser el más alto. En esos tiempos apenas había ocasiones de contar algo que superase ese número. Cuando se quería expresar una cantidad elevada y excesiva, a menudo empleaban el 1000 como signo de algo innumerable, incontable, incluso eterno (Cf. Sal 90,4). El 1000 también se asoció a la esperanza de la venida del Mesías por parte del pueblo judío. En el Libro del Apocalipsis se dice (Cf. 20,1-3) que Satán fue atado durante mil años transcurridos los cuales será liberado para una batalla final en la que el bien acabará prevaleciendo sobre el mal. El término 1000 es signo de un tiempo de duración indefinida.
¿Vos cómo percibís tus tiempos actuales?; ¿qué tiempos humanos estás viviendo?, ¿qué tiempos de Dios estás transitando?; ¿un tiempo de presencia serena o estás en medio de la niebla de su ausencia?
Texto 7
Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente muy feliz. Un día el rey le preguntó cuál era el secreto de su felicidad y el siervo le respondió que no tenía secreto alguno. Los sabios de la corte le dijeron que el súbdito era feliz porque estaba “fuera del círculo del 99”.
Para hacer entrar al siervo en el círculo debía preparar una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más, ni una menos, con un papel que dijera: “este tesoro es tuyo. Disfrútalo y no cuentes a nadie como lo encontraste”.
El siervo tomó el tesoro y empezó a hacer pilas de 10 monedas: 10, 20, 30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila y se dio cuenta que ésta tenía tan sólo 9 monedas!! No puede ser, pensó. ¡Me robaron! -gritó. ¡Sólo 99! No puede ser, me falta una moneda. 99 monedas de oro es mucho dinero, ¡pero me falta una!... 99 no es un número completo: 100 es un número completo.
Tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar para comprar su moneda número 100? Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba en once o doce años juntaría lo necesario. Saco más cuentas: sumando su trabajo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. -¡Era demasiado tiempo! Quizás pudiera vender todos mis bienes.
Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes y fue cambiando de humor. Su antigua felicidad se había convertido en preocupación. No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente debido al malhumor que comenzó a mostrar éste.
El rey entonces aprendió la lección del sirviente que había entrado en el círculo del 99: creemos que siempre nos falta algo para estar completos y que la felicidad depende precisamente de eso que nos falta. Pareciera que siempre necesitamos más para ser felices. Queremos algo y cuando lo alcanzamos, ya no nos es suficiente para ser felices tanto en lo material como también en lo afectivo y lo espiritual.
Si nos diéramos cuenta que nuestras 99 monedas son el cien por ciento de nuestro tesoro personal, que nadie se quedó con lo nuestro y que no podemos vivir cansados, malhumorados, infelices o resignados. ¡Cuántas cosas cambiarían si pudiéramos gozar de la vida y disfrutar de nuestros tesoros más preciados tal como están!
Texto 8
Desde la Antigüedad los números se relacionaban con las reflexiones filosóficas del ser, las aplicaciones astrológicas y las interpretaciones alegóricas. Existía una estética simple y clara, matemáticamente expresable a través de los números, las formas, las medidas , el orden y las proporciones.
La Biblia –como hemos visto- goza de una relación espiritual con los números y sus significados profundos, revelaciones del lenguaje de Dios, “claves” de interpretación de los misterios.
Es también en la Biblia donde aparece el ser humano más longevo. Matusalén vivió 969 años (Cf. Gn 5,27). Ciertamente esa cifra es un número simbólico. Nosotros contamos nuestros años en ciclos solares, si los contamos en ciclos lunares –para el caso de Matusalén- obtenemos la cifra consignada por la Biblia, la cual si la traducimos a ciclos solares son aproximadamente 72 años, lo cual es un número aceptable de años. La longevidad era signo de bendición de Dios. No hay mayor bendición que la vida. Llegar a viejo no deja de ser una bendición de Dios.
Los números también aparecen frecuentemente en las parábolas del Nuevo Testamento. Se mencionan relacionados con monedas y salarios para ser pagados a distintas horas a los jornaleros. Jesús afirma que todos tenemos los cabellos contados y habla de 99 ovejas que no necesitan cuidado y de una sola que hay que buscar. Incluso el número 33 designado a los años de la vida histórica de Jesús –número que no tiene base en la Biblia- se lo ha interpretado también desde el simbolismo bíblico: 3 + 3 son 6, el cual habla de la imperfección ya que no alcanza al 7, la perfección humana que sólo logra después de la resurrección. En fin, los números –tanto en la Biblia como en las diversas culturas antiguas- siempre han tenido un especial atractivo.
Los números están presentes en todos los actos de nuestra vida, el día que nacemos, nos casamos, nacen nuestros hijos, tenemos un número de identidad en nuestro documento, el número de la casa en que vivimos, la patente del auto, los días especiales, el cumpleaños y otros aniversarios, por último el número designado para la fecha del día en que moriremos.
Los números están en cada momento, en la vida y en la muerte. La existencia toda es un don cifrado por Dios. Es una pena que vivimos en un mundo donde hemos banalizado y desacralizado todo. Los números son fríos. Ahora nada tiene misterio. Para los antiguos los números tenían vida, espíritu y personalidad propia, su color, su música y su designio; influían en el destino de los seres humanos, en su conducta y en el devenir de la propia historia. Todo estaba cifrado. Eran símbolos, metáforas, espejos del mundo y de las cosas, un alfabeto que sólo Dios conoce. Develaban incógnitas, interpretaban hechos y conocían fenómenos.
Al significado de los números se los ha relacionado también con el mundo de los sueños y su interpretación. Los sueños y los números están unidos. Ellos nos revelan algo del misterio de Dios, del alma humana y del mundo.
Todo es un designio. Cada uno de nosotros tiene una clave que desentraña su propio misterio. Incluso en la Biblia, el Nombre de Dios –que sólo Dios mismo conoce- y hasta el mismo Dios -en sí- es un número, una “Cifra Divina” plena de significado, un “Número” misterioso e infinito que encierra el secreto de todas las cosas y de todos los sueños.
También nosotros estamos contenidos en este Número divino. La eternidad y la temporalidad están en él: ¿vos asociás a Dios con algún número en particular?, ¿cuál?; ¿cómo serán son los misterios cifrados de Dios?; ¿y si Dios nos dijera que simplemente quiere amarnos?, ¿vos qué dirías?...
Gracias a mi Q:.H:.Eduardo C.
Durante trescientos años, Henoc aprendió todos los secretos (del Cielo y de la Tierra) de los bene Elohím (‘los hijos de los Señores’). De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él.
Bienvenida
Páginas
lunes, 26 de septiembre de 2011
Los números de DIOS. Las cifras DIVINAS.
Publicado por
Eusebio Baños Gómez
en
17:53
Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir en XCompartir con FacebookCompartir en Pinterest
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario