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lunes, 5 de septiembre de 2011

LA PAZ, FRUTO DE LA JUSTICIA.

La Palabra "shalom"= paz, aparece en la Biblia hebrea 237 veces y otras 237 palabras formadas con su misma raíz; la palabra "eirene" (paz) aparece 91 veces en el Nuevo Testamento.
La palabra "sadoq"=justo aparece 137 veces y otras palabras formadas con su raíz aparecen 386 veces en la Biblia hebrea; la palabra "dikaiosyne" = justicia y sus derivados aparecen 248 veces en el Nuevo Testamento.
INTRODUCCIÓN
No hay palabra que más hayamos pronunciado los humanos, que la paz. No es simplemente una palabra de moda; no es un slogan que pretende atraer y convencer muchedumbres. Es una realidad que hemos perdido, de la que tenemos nostalgia y que queremos recuperar. Para nosotros paz significa, no sólo que se silencien las armas y que vuelvan los hombres a sus tareas cotidianas. Significa tranquilidad, progreso, abundancia, bienestar.

Significa deponer los odios y abrazarnos como hermanos. Trabajar hombro a hombro con los demás para construir un porvenir sin sombras ni amenazas.

La Biblia como libro inspirado tiene mucho que decirnos sobre la paz. Para ella la paz es una síntesis de todos los bienes que puede alcanzar un hombre. En muchos casos la paz equivale a salvación.
Pocas palabras existen de las que se haya abusado tanto y hayan sido tan tergiversadas como la palabra Paz. Y es también la palabra que más resonancia despierta en nuestro interior. Hoy día todos hablan de paz. El Papa Juan Pablo II en sus discursos y alocuciones se refiere a ella con frecuencia. Juan XXIII le consagró una encíclica. Pacem in terris. 

 Los jefes de gobierno de todas las naciones la mencionan constantemente, mientras se preparan para la guerra. Aún los grupos de revolucionarios, guerrilleros, rebeldes dicen que buscan la paz con su lucha. Y el ciudadano común y corriente la desea con todo corazón. Es un término que por su uso se ha gastado y desgastado. A fuerza de tanto hablar de paz, se ha devaluado su contenido, pero mediante la Biblia podemos devolvérselo.

La paz es una idea cristiana, bíblica. Incluso, cuando parece que la cristiandad no influye como antes en el mundo, ciertas ideas y estructuras mentales de origen cristiano continúan extendiéndose por todos los países y religiones. El vocabulario sigue siendo el mismo, pero su significado ha cambiado casi totalmente. Esta discrepancia entre el sentido bíblico y su uso y abuso, sobre todo en las confrontaciones políticas, ha hecho de la paz un término cambiante, ambiguo, problemático. 

Cuanto más modernos y refinados son los métodos de la lucha por la existencia, tanto más difíciles se hacen las conferencias de paz y tanto más sospechosos resultan los mensajes de paz. Es necesario, entonces, redescubrir el contenido salvífíco y las esperanzas de salvación que comporta el concepto bíblico de paz, para poder robustecer la credibilidad de los discursos sobre la paz y otorgarles una renovada esperanza.
Pero, sobre todo, no es posible separar la paz de la justicia. En la Biblia, como tendremos ocasión de verlo, estas dos realidades van siempre de la mano. El título de esta Semana Bíblica esta tomado del profeta Isaías 32,17, y a través de toda la historia y concretamente, la experiencia del mundo contemporáneo en la búsqueda de la paz le ha dado la razón.

Pero no podemos quedarnos únicamente en la teoría, todo esto tenemos que hacerlo vida. La paz y la justicia no podrán ser una realidad palpitante si no le añadimos un elemento igualmente indispensable para una auténtica paz: el perdón, que es el olvido de los agravios, la reconciliación sincera, el abrazo generoso y sin reticencias. La justicia no significa venganza, ni desquite, sino que incluye también el perdón, tender un manto de olvido sobre las ofensas que hemos recibido.
Vamos entonces a estudiar y a profundizar lo que nos dice la Biblia, palabra de Dios, sobre la paz, la justicia y el perdón. Una vez más podremos comprobar cómo la Biblia no es un libro simplemente de lectura, hermoso por muchos conceptos, sino una palabra divina que aún tiene algo que decirnos; que puede iluminar nuestra vida; darnos una luz en el camino; mostramos un sendero y señalarnos dónde y cómo se encuentra la paz y la justicia verdaderas. No una paz sospechosa; no la paz que es sólo una tregua entre dos guerras inevitables; no la que esconde intenciones torcidas y traidoras; si no la paz que es fruto de la justicia, la paz que el Señor anunció en el Antiguo Testamento.

LA GUERRA
La Guerra en el Antiguo Testamento
Al hablar de la paz se viene inevitablemente al pensamiento su contrario: la guerra. Ella no es solo un hecho humano que plantea problemas morales. Su presencia en el mundo bíblico permite a la revelación expresar, a partir de una experiencia común, un aspecto esencial del drama en el cual está comprometida la humanidad y está puesta en juego la salvación del hombre; es el drama de la lucha espiritual entre Dios y Satán. Es cierto que el designio de Dios tiene por fin la paz; pero esta paz supone una victoria conseguida al precio de un combate.

La guerra es, en todos los tiempos, un elemento de la condición humana; en el antiguo oriente era un hecho endémico o habitual: a cada vuelta del año los reyes emprendían campañas militares. En vano, los imperios en los periodos de gran civilización firmaban tratados de paz perpetua; la evolución de los hechos rompía rápidamente esos frágiles contratos. Insertada en ese cuadro la historia de Israel va a comportar una experiencia, a veces exaltada, a veces cruel, de los combates humanos. Pero introducida en la perspectiva del designio de Dios, esta experiencia adquiere un alcance específicamente religioso. La guerra se revela allí a la vez como un mal y como una realidad permanente de este mundo.

Las perspectivas abiertas por la alianza de Sinaí, no son de paz, sino de guerra. Dios da una tierra a su pueblo, pero éste debe conquistarla.
Voy a enviarte un ángel por delante para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que te he preparado... Si le obedeces fielmente y haces lo que yo te digo, tus enemigos serán mis enemigos y tus adversarios serán mis adversarios. Mi ángel irá por delante y te llevará a las tierras de los amorreos, heteos, fereceos, cananeos... y acabará con ellos (Ex 23,20-23)
Enviaré delante mi terror y devastaré los pueblos que invadas: haré que tus enemigos te den la espalda. Enviaré por delante el pánico que espantará delante de ti a heveos, cananeos y heteos (Ex 23,27).
Guerra ofensiva que es sagrada y que se justifica dentro de la perspectiva del Antiguo Testamento. Canaán con su civilización corrompida constituye una trampa para Israel. De este modo Dios sancionaba su exterminio. Este aspecto de la guerra quizás se pueda admitir más fácilmente, no como justificación de la guerra, sino como la historia de algo que ocurrió.

Pero hay una ley que nos escandaliza y que se aplica, sobre todo, en tiempos de guerra. Es la ley del anatema: (herem). Según ella cuando los Israelitas conquistaban una ciudad, todo en ella debía ser arrasado y las personas, hombres, mujeres y niños eran exterminados, sin excepción. Así lo leemos en el Deuteronomio:
Cuando el Señor tu Dios, te introduzca en la tierra donde entras para tomar posesión de ella y expulse a tu llegada a naciones más grandes que tu... cuando él los entregue en tu poder y los venzas, los consagrarás sin remisión al exterminio (Dt 7,1).
La aplicación de esta ley se da en la conquista de Jericó: Consagraron al exterminio todo lo que había dentro: hombres y mujeres, muchachos y ancianos, vacas y ovejas y burros, todo lo pasaron a cuchillo (Jos 6,21). La misma orden se dio cuando el ataque a los amalecitas. (1 Sam 15-9). No hay duda de que este fenómeno histórico del anatema requiere su explicación porque hiere nuestra sensibilidad moderna. La dificultad o escándalo no está tanto en el hecho en sí, ni siquiera en que esté consignado en la Biblia, que refiere con toda sinceridad los pecados históricos del hombre, aunque éste sea un héroe amigo de Dios, cuanto en el dato de que venga ejecutado por orden de Dios como parece ser en los casos de Josué y Saúl.

Varias explicaciones se han dado a este hecho. Para algunos Israel no hizo sino aplicar en estado de guerra lo que podríamos llamar el derecho de gentes entonces vigente, que era la costumbre general de los pueblos cuando hacía la guerra. Israel se igualó a los usos bárbaros vigentes en su tiempo. Pero esta explicación que tiene en cuenta el entorno histórico no nos deja satisfechos. ¿Cómo podía un Dios de bondad y de misericordia, como era Yahveh, ordenar semejante atrocidad? Los estudios de la Biblia dicen hoy que tales guerras quizás nunca tuvieron lugar. 

Es más bien una reflexión posterior del autor sagrado, quien al meditar sobre los grandes males que trajo la religión cananea al pueblo judío al contagiarlo con la idolatría, piensa en voz alta y afirma que habría sido mejor exterminar desde el primer momento a los cananeos para evitar su influjo fatal, lo que hacemos nosotros cuando decimos: ¡ojalá hubiera sucedido más bien esto o aquello! El autor expresa lo que deseaba que se hubiese hecho y no se hizo. La decadencia religiosa del pueblo se hubiera evitado, si realmente el pueblo hubiese puesto en práctica la ley del anatema o exterminio. Se trata, por lo tanto, de poner en el pasado algo que no sucedió. Vistas de este modo las cosas, no son tan escandalosas. En realidad la ley del anatema se escribió muchos años, quizás siglos, después de la posesión de la tierra de Palestina, cuando ya no tenía aplicación práctica.

La Guerra Santa
La subsistencia de Israel como pueblo dependía de su victoria frente a sus enemigos. Las guerras nacionales se convierten en guerras de Yahveh. Al defender su independencia frente a los agresores externos, Israel defiende al mismo tiempo la causa de Dios. Hay que notar además que el Antiguo Testamento no divide la vida en una esfera profana y otra religiosa. La vida, según la concepción del Antiguo Testamento está bien penetrada y entretejida por la religión y la fe. Teniendo esto presente comprenderemos la idea que hoy sorprende, que la guerra sea un asunto religioso y que pueda hablarse de la guerra santa como de una institución religiosa.

En general, se puede decir que toda defensa del territorio de Israel contra una invasión extranjera era una guerra santa. El enemigo que penetraba en el territorio que Israel había recibido de Yahveh en virtud de la Alianza, se exponía a la cólera de Yahveh, que no se encendía cuando el enemigo era enviado para castigar a Israel por su infidelidad.

El comandante militar no dirigía la campaña según sus métodos o su propia inspiración. Para este oficio se preparaba por un don singular del Espíritu. Si por alguna circunstancia perdía el Espíritu quedaba incapacitado para conducir la guerra. No cualquiera podía servir bajo el mando de los capitanes. El Deuteronomio enumera quiénes no deben tomar parte en el combate:
Quien haya edificado una casa y no la haya estrenado que se retire y vuelva a su casa, no vaya morir en combate y la estrene otro. Quien haya plantado una viña y no la haya vendimiado todavía, que se retire y vuelva a casa, no vaya a morir en combate y la vendimie otro. Quien esté prometido a una mujer y no se haya casado todavía, que se retire vuelva a casa, no vaya morir en combate y otro se case con ella ( Dt 20,5-8).
La guerra era conducida con la ayuda de los sacerdotes. Muchas veces el arca era llevada al combate para encender el ánimo de los participantes. El soldado que tomaba parte en una guerra Santa, mientras duraban las hostilidades, tenían un carácter sagrado. Estaba obligado a guardar ciertas prescripciones relativas a la pureza ritual. No podía comer alimentos considerados impuros y debía abstenerse de relaciones sexuales. La guerra se consideraba como responsabilidad de todo Israel en cuanto pueblo de alianza.
En la conducción de la guerra lo menos importante era el número de soldados; cuando Gedeón salió a combatir contra Madián, el Señor le dijo:
llevas demasiada gente para que yo te entregue a Madián. No sea que luego Israel se gloríe diciendo: "Mi mano me ha dado la victoria. Vas a echar este pregón ante la tropa: el que tenga miedo o tiemble que se vuelva'.
Se volvieron a casa 22 mil hombres. Al final quedaron sólo 300 y con ellos dio la batalla Gedeón y obtuvo una resonante victoria (Jue 7,2-4).

Pero la guerra no era un fin en sí misma. Ella miraba más allá de la batalla, hacia la paz que la victoria concedía. La guerra era un instrumento por el cual Dios mismo liberaba a su pueblo y lo conducía hacia condiciones de vida mejores, hacia la prosperidad, la paz, la tranquilidad.

El concepto de guerra santa alcanzó su máximo desarrollo en tiempo de los jueces. Después fue perdiendo importancia; se transformó en un instrumento de la política nacional. Vuelve a aparecer nuevamente el espíritu de la guerra santa en tiempo de los hermanos macabeos.

Guerra como Juicio de Dios
Poco a poco Israel va comprendiendo que la guerra es un mal. Resultado del odio fratricida entre los hombres; ella está ligada al destino de una raza pecadora. Flagelo de Dios, no desaparecerá radicalmente de la tierra, sino cuando el pecado haya desaparecido. Sobre todo la predicación profética va haciendo comprender al pueblo que la verdadera salvación consiste en la paz a la cual debe aspirar, y no a las guerras santas de conquista y de destrucción.

A pesar de que los profetas se vieron varias veces envueltos en los asuntos de guerra, para ellos la meta de la historia era la paz. Pero al interpretar el presente ellos lo veían trágico y desolador. Israel copió las prácticas religiosas de sus vecinos; importó sus ídolos; abandonó o corrompió el culto a Yahveh; perdió su vocación, es decir, su llamado a ser un pueblo separado de los otros para consagrarse al servicio de Yahveh. Prefirió mezclarse con los pueblos y tomó sus características. Al renegar de su identidad, el pueblo quedó bajo el juicio de Dios. Y siguiendo la doctrina, entonces vigente, de que el castigo es proporcional al pecado, Yahveh permite que Israel sea una nación como las otras de la tierra y se vea envuelta y cogida en el juego de la política humana. La guerra toma ahora un significado nuevo para los profetas. Es el juicio de Dios por la apostasía de Israel y por su falta de fe en Yahveh (cfr. Is. 10,5-11; Jer 51, Iss).

La concepción profética de la guerra santa como juicio y castigo, se aplicó no sólo a Israel, sino también a otras naciones. Dios tiene el control de toda la historia humana y castiga el mal allí donde aparece. A veces las naciones extranjeras eran castigadas porque oprimían a Israel. Nahum hace un juicio patético contra Nínive (Nah 3,1-7). Pero hay un reverso en la medalla. Del mismo modo que Dios utiliza la guerra para castigar a su pueblo y ejecutar su venganza, también puede emplearla para librar a Israel de sus enemigos. El segundo Isaías, desterrado en Babilonia, ve en Ciro el persa, al ungido de Dios para rescatar a su pueblo de la esclavitud y devolverle la libertad: Is 45,lss. De paso hemos de anotar que la literatura apocalíptica habla con mucha frecuencia de la guerra del final de los tiempos. Pero la victoria será de Yahveh.

LA GUERRA EN EL NUEVO TESTAMENTO
Jesús y la guerra
Una cuestión que ha suscitado encendidas controversias y ha dado origen a muchos libros es la actitud de Jesús frente a la guerra o la oposición contra Roma.
En primer lugar hay que poner en claro que la guerra no constituía un argumento central de la predicación de Jesús. Aunque se declaró Mesías, él no entendía este título como si fuera un jefe militar para dirigir la guerra santa. Sus discípulos pensaban de otro modo. La petición de Juan y Santiago de ser ministros en su reino (Mt 20,20-28), muestra que ellos tenían una concepción terrena del reino del Mesías. Jesús rechazó abiertamente esas peticiones. Una de las interpretaciones que se da al episodio de las tentaciones de Jesús, es que ellas eran un intento de arrastrar a Jesús a un mesianismo terreno y temporal, y en cada asalto el tentador perdió su embate.
También se ha querido hacer de Jesús un amigo de los zelotas que se oponían con la violencia al dominio Romano. Pero los esfuerzos hechos para encontrar una justificación de la lucha armada han fracasado. Jesús entendió su misión según el modelo de siervo de Yahveh del segundo Isaías y la misión de aquél se realizó no con medios violentos y guerreros, sino con el sacrificio y la inmolación. Jesús reprendió a Pedro cuando quiso usar la espada (Mt 26,52-54). La imagen de un Mesías guerrero no se la aplicó a sí mismo. Jesús jamás habló de la guerra como de un instrumento de la política nacional. Además desde el año 6 a. C. hasta el 41 d. C. no hay rastros en Palestina de rebeliones contra Roma, ni grupos de partidarios de la guerra contra el dominador pagano; en todos los momentos de inevitables tensiones, el pueblo judío, unido bajo la aristocracia acudió a medios pacíficos para hacer respetar su ley, pero reconociendo, de hecho, la autoridad romana. Fue solamente, más tarde, a partir del año 41 d. C. cuando la situación se tornó revolucionaria. Pero para ese entonces Jesús ya había muerto.

La violencia es contraria al pensamiento de Jesús. Él declara bienaventurados a los que buscan la paz. Y a propósito de los enemigos enseña lo que leemos en Mateo 5,43-45:
Les han enseñado que se mandó: 'Amarás a tu prójimo... 'y odiarás a tu enemigo. Pues yo les digo: Amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para ser hijos de su Padre del cielo que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos.
La enseñanza de Jesús es la antítesis de la guerra. Si hubiese sido practicada y aceptada universalmente habría creado una sociedad en la cual la guerra sería imposible.
La guerra es una realidad humana; más bien es consecuencia del pecado del hombre. La Biblia al hablar de ella la toma como lo que es, un mal que hay que desarraigar. Al principio el libro sagrado parece aceptarla. Y esta constatación causa extrañeza, quizás hasta escándalo ¿Por qué no rechaza desde el principio la Biblia la guerra? Hay una circunstancia que hay que notar, la revelación es progresiva.

Cuando Dios se revela al hombre por la primera vez lo toma tal cual es, con sus defectos y sombras. Sólo poco a poco la revelación se va haciendo más exigente. En el Antiguo Testamento Dios toleró muchas cosas que en el Nuevo Testamento están prohibidas porque primero es la fe, luego la moral. La humanidad tenía que recorrer un largo camino de sangre antes de tomar plena conciencia de que la guerra es inmoral. La Biblia permite seguir ese proceso. Si en el Antiguo Testamento Dios aparece como un Dios guerrero, en el Nuevo Testamento Jesús es el príncipe de la paz.

LA PAZ
Casa de Jacob! Ven y caminemos a la luz del Señor. Juzgará entre las gentes, será arbitro de pueblos numerosos, que de sus espadas harán rejas de arados y de sus lanzas podaderas. No alzarán la espada gente contra gente ni se ejercitarán para la guerra (Is 2,4).
PAZ, SHALOM, EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
En hebreo existe la palabra shalom que en español traducimos por paz. Pero el significado de shalom es mucho más denso y profundo. Abarca muchos aspectos de la realidad. Se la usa en el saludo; se la emplea para significar prosperidad, orden, el efecto de las bendiciones; la salud y también la salvación.

Hay una palabra hebrea, shalom, que inclusive muchos usan en el lenguaje español y en otros idiomas modernos y que ordinariamente se traduce como paz. Los movimientos pacifistas la usan a porfía. Grupos de gentes que quieren la paz no vacilan en tomarla como denominación de su idea. Algunas casas de retiros se llaman así. Pero cuando se quiere penetrar más profundamente en su significado original y fundamental se encuentra uno con una sorpresa.

La palabra shalom tiene una amplia gama de significados, de tal modo que al encontrarla en un texto, como que brilla con visos tornasolados. Así de una manera casi poética podemos hablar de shalom. Veremos los diversos usos de esta palabra, de un significado tan denso y tan profundo pero a la vez tan enriquecedor. Sería un empobrecimiento del vocabulario traducirlo siempre por paz.

Paz en la vida cotidiana Paz como saludo
Un primer grupo de textos que cubre prácticamente todo el Antiguo Testamento presenta la palabra shalom como expresión de saludo. Cuando dos personas se encuentran se saludan deseándose la paz. Y cuando se despiden se encuentra la misma palabra: "vaya en paz". (1 Sm 25,6; 2 Sm. 18,28; 1 Sm. 29,7). �Qu� significa entonces shalom? Saludarse en hebreo es preguntarse por la buena o mala situación y cuando se trata de una despedida es desear un buen viaje.

Para los antiguos las fórmulas de saludo tienen una referencia religiosa, que a nosotros nos pasa inadvertida. Con el saludo se pretendía eliminar el peligro que supone todo encuentro con un extraño. Por eso se desea que nada suceda al visitante o visitado. Esto recuerda el gesto de dar la mano cuando saludamos, para indicar que en la derecha no tenemos ningún arma con qué amenazar a nuestro prójimo. Al despedirse se desea que la divinidad le dé un buen camino al que parte. Y algunos usos nuestros corresponden también a esa mentalidad. Que Dios te bendiga, decimos muchas veces nosotros al despedirnos de alguien.

Gracias a H.Jiménez y L.V.Hernández
Profesores de Estudios Bíblicos.

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