Elías y Enoch son dos personajes muy importantes de la antigüedad. Son los dos únicos a los que no alcanzó la muerte, y se vieron transportados fuera del mundo.
Hay sabio que sostiene que esos personajes son alegóricos. El padre y la madre de Elías son desconocidos, y dicho sabio cree que el país de Galaad sólo significa la circulación de los tiempos, haciéndole derivar de la palabra Galgala, que significa «revolución».
La palabra Elías se asemeja mucho a la palabra Elios, que significa «sol». El holocausto que ofrecía Elías, que encendió el fuego del cielo, es una imagen que demuestra el poder que tienen los rayos del sol reunidos. La lluvia que cae después de los grandes calores es también una verdad física. El carro de fuego y los caballos encendidos que elevan a Elías hasta el cielo son la imagen sorprendente de los cuatro caballos del sol.
La vuelta de Elías al finalizar el mundo parece estar acorde con la antigua opinión que creía que el mundo se extinguiría en las aguas, en medio de la destrucción general que los hombres esperaban: casi toda la antigüedad estuvo convencida durante mucho tiempo de que el mundo acabaría pronto.
Nosotros no adoptamos esas alegorías, y nos atenemos a lo que dice el Antiguo Testamento.
Enoch es un personaje tan singular como Elías; únicamente el Génesis nombra a su padre y a su hijo, mientras la familia de Elías es desconocida. Tanto los orientales como los occidentales han alabado a Enoch.
Las Sagradas Escrituras nos refieren que Enoch fue padre de Matusalén, y que no vivió en el mundo más que trescientos sesenta y cinco años, lo que le parece una vida muy corta para uno de los primeros patriarcas. Se dice que se marchó con Dios y que no volvió más, porque Dios se lo llevó. «Por estas palabras —dice el padre Calmet— los Padres y muchísimos comentaristas aseguran que Enoch vive todavía, que Dios lo transportó fuera del mundo, como a Elías, y que los dos vendrán antes del juicio final a oponerse al Anticristo; que Elías predicará a los judíos y Enoch a los gentiles.»
San Pablo, en su epístola dirigida a los hebreos, dice expresamente: «Por su fe fue robado Enoch, con la idea de que no conociera la muerte; y ya no le vieron, porque el Señor lo transportó.» San Justino, o el que tomó su nombre, dice que Enoch y Elías están en el paraíso terrenal, en donde esperan el segundo advenimiento de Jesucristo. San Jerónimo cree, por el contrario, que Enoch y Elías están en el cielo. Ese mismo Enoch es el séptimo hombre después de Adán, de quien se supone que escribió un libro que cita San Judas (1).
Tertuliano dice que esa obra se conservó en el Arca, y que el mismo Enoch sacó una segunda copia después del diluvio.
Esto es lo que la Sagrada Escritura y los Santos Padres nos dicen de Enoch. Pero los profanos de Oriente nos dicen mucho más. Creen que efectivamente existió Enoch, y fue el primero que hizo esclavos en la guerra.
Tan pronto le llamaban Enoch como Edris; dicen también que dictó leyes a los egipcios bajo el nombre de Thaut, a quien llamaron los griegos Hermes. Le atribuyen un hijo llamado Sabi, que fue autor de la religión de los sabeos. Existió una antigua tradición en Frigia sobre Anach, de quien se decía que los hebreos habían formado la palabra Enoch. Los frigios tomaron esta tradición de los caldeos o babilónicos, que reconocieron también un Enoch o Anach como inventor de la astronomía. Lloraron a Enoch un día cada año en Frigia, como lloraban a Adoni o Adonis los fenicios.
El escritor ingenioso y profundo que cree que Elías es un personaje alegórico, cree lo mismo de Enoch. Cree que Enoch, Anach, significaba «año», que los orientales le lloraban lo mismo que a Adonis, y que se regocijaban al empezar el año nuevo; que no solamente significaba Enoch en la antigüedad el principio y el fin del año, sino que también significaba el último día de la semana.
Es muy difícil penetrar en las profundidades de la historia antigua, y aun cuando a tientas nos apoderáramos de la verdad, no estaríamos seguros de haberla asido. Pero al cristiano le basta con la Biblia.
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